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Mira por donde he estado.
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Sí, las dos últimas semanas las he pasado de voluntaria en una granja orgánica sin wifi ni conexiones de ningún tipo. Dos semanas y media, para ser más concretos.
Ahí he aprendido malayo (el idioma, un poquito), he cumplido años (32, aunque sigo aparentando 17) y me he cantado a mí misma el cumpleaños feliz en malayo, que es algo así como “Salamat Hari Jadi” una y otra vez. También he conocido a gente interesante y a gente muy interesante.
Me vine a esta granja orgánica porque tenía ganas de comer muy sano durante un tiempo y aprender sobre el cultivo de comida orgánica. Ya el camino para llegar era una sucesión de paisajes interminables y, la granja, un paraíso en sí misma en medio de la nada.
Hasta aquí todo correcto. La granja orgánica es sólo una pequeña parte de un resort que están construyendo (un resort muy natural, con casitas de madera en los árboles y con actividades en el lago y aprendizaje orgánico para niños y adultos). El primer día, pues, me pusieron a recoger hojas con mi amigo Efaidel.
Como os podéis imaginar lo que tiene de interesante recoger hojas, os voy a hablar de Efaidel. Es de Indonesia, musulmán pues. Constantemente me ponía a descansar porque consideraba que las mujeres no han de realizar ningún tipo de trabajo pesado para poder conservar su vientre al 100% para tener hijos: la seriedad con la que me lo dijo está proporcionalmente relacionada con las carcajadas interminables que me provocó.
Siendo musulmán, por supuesto, fueron muchos los temas de conversación que yo le saqué, como el sexo antes del matrimonio, el papel de la mujer o la homosexualidad. Con respecto al último punto y tras ver la foto que tengo en el móvil con una amiga, me preguntó, seriamente de nuevo, si era mi novia. Le dije que no, y me contestó: “ah ok, eres normal entonces”. Las carcajadas, de nuevo, hicieron justicia a las del día anterior con el vientre.
Hay que entender que ellos no están acostumbrados a nada de la vida occidental, por lo que su pensamiento es muy parecido al que había en España hace unos cuantos años (bueno, no tantos años). Después de hablar con él sobre temas polémicos, acabó considerando que la falta de costumbre es lo que les hace ver a la mujer así o a los homosexuales como “anormales”, pero me ha prometido que va a tratar de cambiar su pensamiento y entender que es algo normal: hablando se entiende la gente y las religiones.
A continuación, documento gráfico del regalo que me hizo por el cumpleaños:
Yo no sabía dónde meterme para no partirme de risa, tuve que reír finalmente porque me ahogaba. Él estaba muy ilusionado y espera que, cuando vaya a visitarle a su aldea (que voy a ir), lo lleve por respeto y tradición. Le dije que sí, que lo haría, y que esperaba que su mujer (cuando la tenga) haga lo mismo con el bikini que le voy a regalar cuando vengan a verme a España 🙂
Pasamos dos días recogiendo hojas (había unos dos millones), pero el resto de días se puso más interesante, construyendo con mi fiel amigo Antonelle las casas en los árboles (los bungalows), pintando, barnizando, cortando, en el huerto aprendiendo el proceso del cultivo orgánico y trabajando duro.
Los días de trabajo iban de 7:30 a 17:00, con varias paradas para comer. Mencioné al principio las ganas que tenía de comer sano comida orgánica: ingenua de mí. La comida orgánica, cara, la venden… Nosotros comemos arroz, pero muy variado: arroz con pollo, pollo con arroz, arroz y pollo, y todos los derivados que se os ocurran.
Los atardeceres, de película, los pasaba leyendo en las hamacas y viendo la puesta de sol, o nos íbamos en moto a playas de los alrededores a las que costaba MUCHO acceder y en donde no había nadie. O íbamos al pueblo en donde hay una calle con tiendas y restaurantes y ya… Cualquier opción era buena.
La gente era genial. Nadie hablaba casi inglés, era muy divertido. Los chicos, no acostumbrados a tener occidentales (o más bien, mujeres) en la granja, estaban emocionados con mi presencia y me trataban como a una reina, diciéndome constantemente que yo era súper cute (imaginaos lo poco acostumbrados que están a ver a tías).
Así, Antonelle (italiano) y uncle Yeye (viejecito malayo), se han encargado de enseñarme lo relativo a la construcción de casitas de madera en árboles. Uncle Song fue el que, cada día, me daba dulces a escondidas sabiendo que me encantan. Efaidel, lo relativo a las mujeres y sus vientres en la religión musulmana (o en su casa, pero muy buen chaval). Sam, mi amigo malayo-chino (este conflicto de identidades que marca al país lo trataremos en otro post), fue el que se encargó de enseñarme todo lo relacionado con la agricultura orgánica, y el resto de chicos, más de uno bien mono, fueron los encargados de subirme el ego durante casi 3 semanas con sus piropos inocentes y tímidos.
Esta granja, todo un inmenso proyecto al que espero volver para ver acabado, ha sido una experiencia nueva e irrepetible para mí que resumiré en una frase que Sam, con toda la honestidad de su buen carácter y la bondad china, me dijo mientras arábamos la tierra para una de las huertas:
“Viendo el arte que tienes mejor dedícate al trabajo de oficina”.
Y las estrellas, ¿os he hablado de las estrellas que se ven cada noche desde la granja lejos de toda contaminación lumínica?
Valientes, si habéis leído hasta aquí, el vídeo os encantará:
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