¿Qué quieres buscar?
Mira por donde he estado.
Mira por donde he estado.
Y aquí estoy, dos semanas después de mi último post y a unas horas de dejar Nepal para volar a Kuala Lumpur (Malasia). Así es vivir en Nepal, con poco o nada de Wifi, con electricidad pocas horas al día, sin agua potable (pero aparentemente menos mala que en India) y sin muchas cosas más, pero con tantas otras que no te dejará irte sin un sentimiento de añoranza desde que pisas el aeropuerto (y con mucho más que el Annapurna o el Everest).
Nepal es un país terriblemente maltratado por todo lo que le rodea, territorio siempre disputado entre India y China y fuertemente afectado por terremotos (que aunque no se hable de todos, la tierra aquí no deja de moverse). Vivir en Nepal es un desafío. Si los nepalís no tenían suficiente con el devastador terremoto de hace casi un año, a los pocos meses tuvieron que soportar un inhumano bloqueo por parte de India (que quiere hacerse con más y más tierras de Nepal), haciendo que sea casi imposible para la población conseguir gasolina para los vehículos, gas para cocinar y tantas otras cosas.
Es habitual observar con la boca abierta los kilómetros interminables de motos que esperan cada día en las gasolineras para conseguir algo de gasolina (poca gente se puede permitir un coche).
Por otro lado está el gobierno, de los más corruptos del mundo por su falta de humanidad. Millones y millones de euros han llegado en ayuda humanitaria tras el terremoto: el gobierno se ha quedado con todo. Decidieron que ellos serían los que distribuirían las ayudas en lugar de hacerlo las ONG y otros entes, y las ayudas no le han llegado a nadie más que a sí mismos y a sus allegados.
Una cosa es lo de nuestros gobiernos llenos de ladrones, pero ser capaz de hacer esto con un país literalmente distruido…
En fin, la realidad aquí es muy dura y la corrupción del gobierno está proporcionalmente ligada a la bondad de la gente: cuanto más pobres, mejores personas. Si hay alguien pidiendo en la calle, verás cómo el 80% de los nepalís que pasan a su lado se agachan a darles lo que puedan (convecinos sin recursos también).
Es imposible que nadie me pueda tratar mejor de lo que me han tratado aquí.
Al grano. Voy a sintetizar estas últimas dos semanas, y voy a resumir porque sé que leer aburre (de nada Colombian), así que algunas fotos ilustradoras y sí, Mila: haré un vídeo, no te preocupes.
POKHARA
Nos fuimos a Pokhara a poder compartir nuestro tiempo con occidentales. Yo me hubiera quedado en mi maravillosa parte este del país, pero mi compañera quería ir a trekkear algo más conocido y para el Annapurna que nos fuimos.
Efectivamente, Pokhara es como el Benidorm de España: todo tusitas y hecho para turistas. A la gente le encanta, a mí… Echaba de menos el este del país.
En resumen: regateé y conseguí un súper precio por mi habitación (400 rupias entre las dos, menos de 4 euros), hicimos Kayak en el gran lago de Pokhara, vimos a cientos de personas haciendo parapente (Pokhara es el segundo mejor destino del mundo para hacerlo, es conocido por ello, yo lo dejo para hacerlo en Sudeste Asiático), paseamos mucho, comimos, subimos a ver amaneceres a Estupas de los alrededores, conocimos a mucha gente con la que nos lo pasamos muy bien y más andar y comer. En mi opinión, en Pokhara no hay mucho que hacer.
ANNAPURNA
Pese a que a mis amigos por Whatsapp les contaba: “me voy a subir al Annapurna”, o “Acabo de bajar, ha sido duro”, no he subido al Annapurna. El trekking hasta allí eran unos 9 días y tenía muchas más cosas que ver aún en Nepal, por lo que fuimos hasta Poon Hill a ver uno de los amaneceres más espectaculares de la historia de los amaneceres, y comenzamos el descenso (4 días de trekking).
He de decir que estoy muchísimo más en forma de lo que pensaba. No me costó mucho y ni una agujeta. Si no fuera por el tiempo que nos quedaba, yo hubiera subido hasta el propio Base Camp del Annapurna.
Es cierto que es duro porque es subir y subir y subir sin parar, y luego bajar a dolor, malísimo para las rodillas, pero conoces a mucha gente, haces muchas relaciones por el camino, te ríes, sudas y, por supuesto, a regatear en cada guesthouse en la que dormimos cada noche. Nosotros no pagábamos habitación a cambio de cenar y desayunar ahí (es más fácil conseguir esto en temporada baja, ahora costaba un poco más pero aún así…). Éramos un grupo de 9 por lo que me era más fácil conseguir buenas ofertas, ¿cuál es la tuya?
Hay muy buen ambiente y muchos blancos, para quien le guste.
Holi
Así que vuelta a Katmandú parando en Bandipur de camino (un pueblo muy cuco y precioso para caminar) y a celebrar una de mis fiestas favoritas (después del orgullo en Madrid y de cualquier fiesta en la que estén mis amigas): el Holi o festival del color.
Para quien no le suene lo que es, es esa fiesta en la que la gente está llena de polvos de colores, y es genial. Compras pistolas, camisetas blancas para que se vean bien los colores, todos los polvos que quieras de todos los colores y a celebrar por todas las calles de la ciudad, lanzando colores y agua a todo el mundo. Los orígenes del Holi no los voy a contar aquí que suficientemente largo y aburrido es ya esto, pero pincha aquí y mis amigos de Wikipedia te lo cuentan.
La celebración está genial porque te encuentras con todo el mundo que has ido conociendo por el camino, ya que es una de las principales fiestas en Nepal (e India) debido a la cantidad de población hindú de esos países.
PUSHPA BASNET, MI MOMENTO FAVORITO
El resto de mis días en Katmandú los pasé visitando proyectos sociales, algo que sin duda marca el día a día de la ciudad (y del país).
Uno de mis momentos favoritos de todo el viaje (si no el que más) ha sido conocer a Pushpa Basnet.
Yo, que estoy muy metida en la cultura estadounidense (abstenerse los antiyankis de comentar nada, sigo siendo inteligente), hace años que sigo el programa CNN Heroes, un especial que hace la cadena CNN para premiar a esas personas que, altruistamente, cambian el mundo. Como ellos mismos dicen: gente normal haciendo cosas extraordinarias para cambiar el mundo.
Muy resumido, seleccionan de entre muchos proyectos llevados a cabo por personas, a las 10 con más impacto en la sociedad o más especiales, cada una de esas 10 personas se lleva, en reconocimiento por su trabajo, 50.000 dólares para continuar su proyecto. Y de esas 10 personas, en una gala muy especial y llena de famosos y toda la pesca del show business de los yanquis, una se lleva el reconocimiento de honor, sumando a esos 50.000 dólares otros 250.000 dólares (300.000 en total para el ganador).
En 2012, Pushpa Basnet, nepalí dedicada a darle un futuro a los niños cuyos padres están en prisión, se llevó el CNN Hero of the year, y yo tuve la indescriptible suerte de conocerla.
Después de buscarla por todo Katmandú desde que llegué (tirando de los contactos de mi amigo Rajeev), por fin uno de mis últimos días pude sentarme con ella a hablar, para lo cual había ya perdido la esperanza.
Pushpa, en un trabajo para su Universidad, tuvo que visitar una cárcel cuando estaba estudiando, ese día decidió que cuidaría de todos esos niños que, sin una figura como la suya, se verían obligados a crecer en prisión en un ambiente que cambiaría el resto de sus vidas para siempre.
Ahora mismo tiene a 42 niños de entre 7 meses y 20 años acogidos, de los que 15 son sus hijos. No, no los ha tenido de manera natural: en muchas ocasiones los padres los abandonan tras salir de la cárcel o los maltratan, por lo que ella se hace cargo y los adopta.
Desde su centro se encargan de que estos niños tengan educación, cuidados médicos, el cariño de una familia… Early Childhood Development Center cuenta con 10 trabajadores: 7 profesores de apoyo a su trabajo diario en la escuela y 3 personas encargadas de las cuentas. Tienen médico privado (algo fundamental en Nepal), ropa, comida, camas, amigos y mucho más que no hubieran tenido la oportunidad de vivir si no fuera por el centro.
No tienen piscólogos: Pushpa es la mejor psicóloga. Trabaja con los niños para que vean lo que hicieron los padres como algo positivo, ya que sin el error que cometieron, ellos no podrían haber tenido todo lo que tienen ahora en el centro (un sitio en excelentes condiciones que pudieron crear con el dinero del premio). Los niños, cuando llegan, no se pelean, no hay comparaciones o envidias: todos comparten la misma historia, vienen del mismo sitio.
Hace un año, cuando el terremoto sacudió la ciudad, Pushpa fue lo suficientemente inteligente como para hacer que los niños vivieran la experiencia como algo divertido, sin dejarles saber cuáles fueron las magnitudes de las consecuencias, cosa que aún les divierte en los constantes movimientos de tierra del país (las sacudidas aún son habituales en Nepal).
Algo que quería saber es cómo es la reinserción del niño de nuevo en la familia cuando los padres salen de prisión, ya que en ocasiones son años los que pasan tras las rejas. Los niños no van inmediatamente a casa, sino que pasa alrededor de un año como período de adaptación y, sobre todo, un año en el que Pushpa comprueba si son bien tratados o no en casa, para adoptarles si es necesario.
Y así, de manera muy escueta, es como ya conocéis a Pushpa y lo que hace, cómo ha cambiado el mundo desde que tenía 20 años cuando empezó pidiendo dinero a sus amigos y familia para ayudar a estos niños y cómo, 12 años después, sigue centrada en cambiar la vida de quienes ni se atreven a soñar con un futuro.
Pushpa es un personaje singular e irrepetible ya que, mientras te cuenta todas las cosas que ha tenido que vivir, no para de reír, constantemente, una risa contagiosa que te invita a quedarte a allí trabajando con ella… ¿Y si todos pudiéramos asumir los problemas que nos rodean con una sonrisa?
Street Children y Campamentos (Bakhtapur)
Como me he alargado tanto (cosa inevitable cuando sólo he podido hacer dos entradas de un mes de viaje), resumo los dos últimos días con otras dos visitas fantásticas.
Primero, ir a ver a unas chicas de 21 años que conocimos en el ascenso al Annapurna, quienes llevan aquí tres meses trabajando en un proyecto personal sin ninguna Asociación u ONG que les respalde. Es el segundo año que lo hacen: trabajan durante todo el año en España, ahorran y vienen a Nepal con el dinero ahorrado a cuidar de la gente de la calle.
Ellas tienen, en uno de los peores barrios de Katmandú, una especie de tienda hecha de restos de cosas a la que acuden cada día decenas de nepalís que necesitan algún cuidado: mujeres a las que han pegado sus maridos, trabajadores con dolores de todo tipo, cicatrices incurables que no han sido tratadas con anterioridad, niños de la calle a los que muerden perros o que se pelean (o demasiado afectados por el pegamento que tienen que esnifar para olvidarse de la vida tan horrible que tienen).
Muchos de estos niños se quedaron sin nada tras el terremoto, sin casa y sin familia, y sus dolores diarios se olvidan con el tubo de pegamento. Paula y Marta se encargan de curarles con los pocos recursos que tienen y, sobre todo, de motivarles para hacer que bajen el consumo de pegamento (algo muy difícil de dejar con una vida como la que llevan).
Su niña nos contó que su marido le golpeó la noche anterior: se tapan las cicatrices con papel de fumar
Y por último, visité uno de los campamentos en los que viven las personas que se quedaron sin nada tras el terremoto, personas que no van a tener nada tras el terremoto porque sus casa, junto a sus negocios o las herramientas con las que trabajan, se han ido con el temblor.
Sonrisas contenidas, niños jugando con lo que sale de su imaginación, poco o nada bajo las carpas que otros países han proporcionado y vidas que aún están ahí pero que ya están perdidas.
Con esta visita tan dura y especial, y con una nueva comida de despedida en un restaurante español de Katmandú, acabó mi periplo por Nepal. Un viaje que no ha sido un viaje sino una experiencia gracias a mi amigo Rajeev, empeñado como nadie antes en que viviera el auténtico Nepal, alejado de lo turístico y viendo lo que muy pocos afortunados pueden ver.
Gracias a él, a su familia, a sus amigos, al afecto infinito de la gente nepalí, a su respeto y su cariño.
Sé que volveré.
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